INTRODUCCIÓN Y ENCUADRE GEOGRÁFICO
La historia del traje popular siempre ha sido relegada a un plano secundario y sólo a partir de los años cincuenta, gracias a la antropología, la etnografía, la microhistoria y la historia social y de la cultura pero, sobre todo, al creciente interés por el estudio del folklore, se comenzaron a realizar investigaciones completas sobre las vestimentas regionales, su contexto y significado, apoyados en ocasiones más en fuentes orales que escritas, pero sobre todo en la iconografía aparejada en los propios atuendos.
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Deberíamos de entender por traje regional al vestido que se empieza a utilizar en el siglo XVIII y XIX. A partir de las últimas postrimerías del XIX el traje regional cae en desuso principalmente por dos motivos, por una parte, la llegada de modas más cómodas y por otra el desarrollo de la industria que hace que las zonas rurales comiencen a despoblarse iniciándose una progresiva pérdida de las arraigadas costumbres que se irán disolviendo para aproximarse a los usos de la ciudad. El status social de los pueblos ya no lo marca el traje, sino los bachilleres o el dinero que se posea. Desde ese momento, el traje regional pasa al recuerdo siendo usado tan solo en romerías o en fiestas. |
Tal vez lo más difícil de rastrear sea la vestimenta que utilizaban en el trabajo, sin duda alguna su trascendencia es pequeña y sería un modelo que se repite en todas las partes de la región, durante todas las épocas. Como hemos dicho la importancia y la trascendencia la tendría el traje de gala recogido en esta exposición.
Éste ha cambiado muy poco a lo largo de los últimos tiempos de su existencia. Las mujeres se encargaban de realizarlos y de confeccionarlos e incluso pude darse el caso de repartir ese trabajo entre varias familias o de taracearlo en comunidad. Los adornos que se añadían como lentejuelas, abalorios agremanes, hueverillos de oro o de metal, botones y terciopelos, se adquirían a los buhoneros itinerantes o en los mercados.
Aunque los paños de lana y de lino se tejían muchas veces en el mismo hogar, lo más corriente eran los de Astudillo, pardomontes y paños de lana batanada. Para las camisas tanto masculinas como femeninas el material preferido era el lino de estopa y para las partes más delicadas de estopilla. Con estos materiales el traje se confeccionaba siguiendo patrones prefijados en cada zona, aunque existiese una cierta variedad dentro del mismo modelo. Los colores preferidos eran el de Sierra (tonos marrones, tipo carmelita) y el negro. Las mujeres utilizaban los mismos colores marronáceos de la bayeta para la saya y chaquetilla. En los manteos persistía el color más variado, rojizos, naranjas amarillos y verdes.
El atuendo marcaba también la distinción de clase y así descubrimos que no es lo mismo el que luce la dama rica de la dama pobre. Incluso con estos nombres han pasado a la historia. Los aldeanos humildes, no podía ser de otra forma, vestían traje sobrio sin ningún alarde técnico ni decorativo especial. Solo los hacendados y señoritos podían permitirse el lujo de llevar sombreros, chaquetas de paño o pana fina, zapatos, vestidos de gasa, capas etc.